A DON FLORENTINO QUEVEDO VEGA. IN MEMORIAM.
El
pasado martes día 25 de febrero fallecía en su domicilio de Cangas del Narcea,
a punto de cumplir los 101 años de edad, mi querido y admirado amigo y
compañero Don Florentino Quevedo Vega, doctor en Derecho y prestigiosísimo
abogado, a quien en su día se le condecoró, a propuesta del Ilustre Colegio de
Abogados de Oviedo, con la Cruz Distinguida de la Orden de San Raimundo de
Peñafort, galardón creado en el año 1944 y que el Ministerio de Justicia
concede para premiar los relevantes méritos de cuantos intervienen en el
cultivo y la aplicación del estudio del Derecho en todas sus ramas.
Fue
precisamente con ocasión de la imposición de dicha condecoración, en un
entrañable acto celebrado en la sede colegial el día 28 de enero de 2011 con
asistencia de las más altas personalidades de la magistratura, la fiscalía y la
abogacía asturianas, así como importantes representantes del mundo empresarial,
un nutrido grupo de entusiastas amigos y, por supuesto, muchos familiares,
cuando tuve el privilegio de realizar la laudatio
in honorem de Don Florentino Quevedo Vega y que, como dije entonces, no se
trataba de una laudatio en el sentido
de simple alabanza de los méritos, como consideraba Cicerón, sino en su más
profunda acepción de laudare que, en
los primeros tiempos del latín, significaba “designar al que es digno de ocupar
puesto en la memoria y conversaciones de los hombres”.
Don
Florentino Quevedo Vega había nacido en la localidad de San Miguel de Mones,
municipio de Petín, provincia de Orense, el día 11 de Marzo de 1919.
En
el año 1940 fue destinado como maestro a la villa de Cangas del Narcea, que pasó
a ser desde entonces el lugar de su residencia habitual y el eje central de
todas sus actividades.
En el año 1943 fue
nombrado director interino de las escuelas de Cangas del Narcea hasta que, en
el año 1949 y tras las correspondientes oposiciones, ganó la plaza en propiedad,
desempeñando la misma de forma continuada hasta el año 1980 en que solicitó su
jubilación voluntaria. Dedicó por ello a la enseñanza pública, como maestro y
como director de un grupo escolar, prácticamente cuarenta años ininterrumpidos
de su vida.
Sin
embargo, Don Florentino Quevedo Vega no se dio por satisfecho y así, en el año
1948, causó alta como procurador de los tribunales en el partido judicial de
Cangas del Narcea, ejerciendo dicha profesión hasta que en el año 1961 cesó voluntariamente
en la misma por las razones que ahora diré. Dedicó pues a la procuraduría casi trece
años seguidos de su vida.
Pero
en ese constante afán de superación que siempre le caracterizó, Don Florentino
Quevedo Vega todavía encontró tiempo para matricularse como alumno libre en la
Facultad de Derecho de la Universidad de Oviedo. Estamos hablando de los duros
años cincuenta del pasado siglo, de una persona casada y con hijos, residente
en una recóndita localidad asturiana donde trabajaba como maestro-director de
las escuelas y ejercía como procurador de los tribunales, por lo que en estas
circunstancias el estudio de la carrera de Derecho, con notables calificaciones
como fue su caso, se convirtió en toda una proeza excepcional.
En
el año 1961, nada más causar baja como procurador de los tribunales, puso en práctica su licenciatura en Derecho incorporándose como
letrado ejerciente a al Ilustre Colegio de Abogados de Oviedo, habiendo
pertenecido también a los colegios de Gijón, León, Valladolid y Madrid, entre
otros, iniciando así su actividad de abogado que continuó desempeñando ininterrumpidamente
hasta pasados los 97 años. Dedicó así a
la abogacía más de cincuenta y cinco años continuados de su vida y, además, de
una forma absolutamente espectacular. Porque desde su bufete en Cangas del
Narcea Don Florentino Quevedo Vega intervino a lo largo y ancho de la geografía
nacional en asuntos de la más variada índole, con notables éxitos en todas las
ramas del Derecho que cultivó en su prolífica y espléndida actividad
profesional.
Pero
no contento con ser maestro-director de las escuelas y con ejercer como
abogado, en una muestra más de su batalladora personalidad y de su
extraordinaria capacidad de trabajo, realizó su tesis doctoral sobre Derecho Minero,
alcanzando el grado de doctor en el año 1963.
En el año 1964 la
prestigiosa "Editorial Revista de Derecho Privado" publicó en dos
gruesos volúmenes su tesis doctoral bajo el título de "Derecho Español de Minas. Tratado teórico práctico" que
rápidamente se convirtió en todo un referente en la materia y que, desde
entonces hasta la actualidad, más de cincuenta y cinco años después (y esto, en
el mundo del Derecho, es casi una eternidad), sigue siendo cita obligada en
cualquier trabajo sobre Derecho Minero. Estos estudios de Don Florentino
Quevedo Vega abarcan desde las instituciones básicas de nuestros derechos
público y privado hasta el análisis del Derecho comparado, de suerte que hay
páginas dedicadas a los derechos francés, portugués, italiano e incluso al Derecho
ruso, lo que si hoy, con los actuales medios, sería complicado, excuso decir lo
que tuvo que suponerle en aquellos difíciles años, máxime al tener que
compatibilizar las horas dedicadas a la tesis doctoral con sus trabajos como
maestro-director de las escuelas y como abogado.
Para calibrar la
importancia y trascendencia de ésta magnífica obra de Don Florentino Quevedo
Vega quiero referirme al siguiente sucedido: entre los años 2005 y 2006 se
celebraron en Alicante las “II Jornadas Nacionales sobre Derecho de Daños” en
las que intervinieron como ponentes más de 50 especialistas de toda España
(baste decir que participaron en sus sesiones magistrados de todas las salas
del Tribunal Supremo) y entre esos expertos se encontraba, nada más y nada
menos, que Don Luis Díez-Picazo y Ponce de León, Catedrático de Derecho Civil
de la Universidad Autónoma de Madrid, Presidente de la Real Academia de
Jurisprudencia y Legislación, Presidente de la Sección Primera de Derecho Civil
de la Comisión General de Codificación del Ministerio de Justicia, Juez,
Consejero de Estado y Magistrado del Tribunal Constitucional. Pues bien, este
reputadísimo jurista participó en éstas jornadas con una ponencia titulada “Indemnización de daños y restitución de
enriquecimientos” en el curso de cuya comunicación relató que hacía unos
años, en su acreditado bufete madrileño, había llevado un caso de intrusismo
minero que le había dado muchos quebraderos de cabeza pero que al final
lograría resolver satisfactoriamente para los intereses de su cliente gracias
precisamente a este libro de Don Florentino Quevedo Vega al que citó
expresamente en su conferencia y así figura recogido en las actas de las
jornadas, que en el año 2007 publicó la “Editorial Dykinson”, y también en los "Anales" de la Real Academia
de Jurisprudencia y Legislación de ese mismo año 2007.
Aunque, como ya dije,
el despacho profesional de Don Florentino Quevedo Vega siempre estuvo radicado
en la villa de Cangas del Narcea, se da la circunstancia de que su rigor y éxito
en el trabajo le llevó a traspasar no solo las fronteras locales y regionales
sino también las nacionales.
Conocí
a Don Florentino Quevedo Vega hace muchos años: como director del grupo escolar
donde cursé mis estudios primarios, luego como buen amigo de mi padre, también
abogado en Cangas, y, por último, desde el año 1984, como compañero en el
ejercicio de la abogacía. Intervinimos juntos en muchos pleitos: unas veces
enfrentándonos noblemente, como nos corresponde a los abogados, y otras
ocupando ambos la misma posición procesal, intercambiando entonces argumentos
jurídicos y compartiendo estrategias judiciales. Sé pues muy bien de quien
estoy hablando.
Por eso, si ahora
tuviera que resumir la personalidad de Don Florentino Quevedo Vega, diría:
·
que fue discreto,
porque allí donde iba le gustaba pasar completamente inadvertido;
·
que fue prudente,
porque sabía lo aventurado que es el mundo del Derecho para un abogado;
·
que fue tenaz, porque
no daba nada por perdido, hasta el punto de que, en mi modesto criterio, pienso
que su máxima vital podría ser perfectamente la del viejo aforismo que alude a
“el agua que orada la roca”;
·
que fue laborioso e
infatigable, porque, por ejemplo, la vigente Ley de Enjuiciamiento Civil del
año 2000 jubiló a muchos abogados bastante más jóvenes que él, incapaces de
abordar los enormes cambios que la misma iba a introducir en prácticamente
todos los procedimientos judiciales, y sin embargo Don Florentino Quevedo Vega,
sin ayuda y a base de estudio, sacrificio y dedicación, llegó a dominar como
nadie el nuevo rito procesal;
·
y que poseía una gran
inteligencia, porque sin ella no hubiera podido alcanzar nunca la cima de una
profesión tan compleja como es la abogacía.
Pero quiero decir
también que todas estas virtudes, que indudablemente adornaban a Don Florentino
Quevedo Vega, sin embargo no le impedían en absoluto ser:
·
no solo una persona
modesta, porque pudiendo vanagloriarse de tantas hazañas jurídicas
protagonizadas, sin embargo nunca presumió de ninguna de ellas,
·
sino también una
persona humilde, porque en el trato con los demás no lo vi nunca, y nadie me lo
ha comentado jamás, tomar actitud de persona de superior categoría,
inteligencia o saber, aunque no hay ninguna duda de que poseía todo ello.
Don Florentino
Quevedo Vega era un hombre hecho a sí mismo al que las vicisitudes de la vida,
sobre todo en la Galicia profunda y en los duros tiempos en los que le tocó
nacer, le obligaron desde muy pequeño al esfuerzo y al sacrificio permanentes.
Y en esas continuó hasta el final, con un ritmo de trabajo frenético tanto en
el tiempo (por las muchas horas que le dedicó pues lo hacía a tiempo completo)
como en el espacio (por los numerosos viajes profesionales que continuamente
realizaba) y, además, con una hiperactividad que a la mayoría de los jóvenes
abogados de hoy les resultaría muy difícil de seguir.
Fue
un auténtico titán de la abogacía, un insigne y eminente letrado reconocido
como tal a nivel nacional, al que no se le puso nunca nada por delante, desde
el conocimiento de disciplinas jurídicas prácticamente inexistentes en su época
de formación universitaria hasta el empleo de las últimas tecnologías de la
informática, asumiendo siempre con igual dedicación, esfuerzo y responsabilidad
todos los asuntos que se le encomendaron, desde el más intranscendente hasta el
más importante.
Para
mí es el abogado “más completo” y “más eficaz” que he conocido nunca o, si se
me permite emplear un anglicismo, propio del ámbito deportivo pero en todo caso
sumamente expresivo por su significado, fue todo un 'crack' de la abogacía.
Don
Florentino Quevedo Vega fue, nunca mejor dicho tratándose de toda una autoridad
en Derecho Minero, una especie de “bulldozer” procesal en el sentido de que era
un abogado que, con escrupuloso acatamiento de todas las normas de la
deontología profesional y respetando siempre las reglas de la buena fe y la
lealtad procesales (que, por cierto, tanto se echan de menos en los actuales
tiempos), solía llevarse al contrario por delante en el sentido forense de la
expresión, de suerte que las más de las veces resultaba un abogado imbatible.
Y
terminaba yo diciendo en aquella laudatio in honorem: que, aunque quien
tiene verdaderos y reales méritos no busca ni el aplauso ni los honores, en esta
ocasión el Ministerio de Justicia había acertado de pleno al conceder tan alta
distinción in iure mérita a Don
Florentino Quevedo Vega, condecoración otorgada al margen por completo de
puestos políticos o de cargos institucionales pues, en mi humilde opinión, creo
que esa fue de las escasísimas cruces de San Raimundo de Peñafort concedida
única y exclusivamente en atención a una larga, brillante, fructífera y
ejemplar trayectoria profesional como abogado.
Querido
amigo y admirado Maestro, sid tibi terra levis.
Comentarios
Publicar un comentario